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La cultura de los entrenamientos de sueño

  • Foto del escritor: Laurencia Zavala
    Laurencia Zavala
  • hace 5 días
  • 3 Min. de lectura


bebé durmiendo

La cultura de los entrenamientos de sueño tiene su origen en la medicina, cuando los profesionales de la salud, que en realidad nunca habían pasado tiempo criando a sus bebés, comenzaron a dictar recomendaciones a las madres sobre cómo debían tratar a sus bebés a la hora de dormir siguiendo los lineamientos conductistas de la época. Así se estableció el sueño en solitario como la costumbre imperante en la sociedad occidental.


No es necesario hacer estudios científicos para comprobar que a nuestros bebés no les agrada dormir solos. Seguramente ya te habrás dado cuenta que el lugar donde más cómodo se siente tu bebé es tu cuerpo, donde más rápido se calma, y si has hecho siestas en contacto, donde más tiempo logra dormir.


Por esta razón, para lograr convencer a que los niños durmieran lejos de nosotros, se fueron desarrollando multitud de estrategias para acostumbrarlos a este comportamiento. Desde cantarles canciones y contarles cuentos, darles sustitutos de nuestros presencia, como ositos de peluche o chupetes, hasta dejarlos llorar hasta que se durmieran.


El problema es que, estas estrategias culturales para lograr que los bebés durmieran en solitario, aunque fueron dictadas por la pediatría, nunca fueron debidamente valoradas por el método científico para demostrar no sólo que son eficaces, sino que tampoco son nocivas ni a corto, ni a medio, ni a largo plazo.


Desde hace ya varios años, se han confrontado múltiples estudios que defienden las técnicas de adiestramiento del sueño con las que las critican. Como mi postura pertenece a esta última, te podría hablar de cada estudio citando las limitaciones en sus metodologías por las que finalmente ponen en duda sus resultados. Y además, podría contarte también las investigaciones que se han hecho sobre los beneficios de la práctica del colecho en niños mayores de 5 años, o los efectos nocivos en los niños que han sido sometidos a abusos, maltratos o incluso situaciones ligeramente adversas como la depresión posparto en la madre, para confirmar así que no tiene caso exponerse a posibles peligros cuando finalmente, como también se puede confirmar en un estudio, todos los niños terminan durmiendo “bien” y ajustándose a las condiciones de su cultura.


Sin embargo, creo que no hace falta extenderse tanto debatiendo y generando una polarización de posturas que más que fomentar el cuidado y la protección de los niños, a veces lo que hace es motivar las guerras de madres. Y por otro lado, qué caso tiene demostrar que algo puede ser dañino para nuestros hijos en el futuro cuando lo que es evidente es que las madres no nos sentimos bien en el presente tolerando el malestar de nuestros bebés. ¿No debería de ser razón suficiente ir en contra de nuestra intuición para no seguir estas recomendaciones?


Durante años se les ha presionado a las madres para que no siempre atiendan al llanto de sus bebés. Como vimos anteriormente, nuestra sociedad valora la independencia y la autonomía en sus individuos y busca cultivarla desde un inicio. Tenemos un rechazo por la dependencia tan marcado que nos da miedo dar por pensar que “demasiado” puede malcriar a nuestros niños.


No hay tal cosa como “dar demasiado amor” a nuestros hijos. Un bebé no puede ser malcriado por darle siempre lo que necesita o por no darle tiempo para que “practique su autorregulación” como algunos profesionales del sueño lo han dicho. Como hemos revisado en la clase del sistema de apego, los seres humanos somos los mamíferos más dependientes de todas las especies y por lo tanto, necesitamos de la presencia continua de nuestros cuidadores para poder desarrollarnos sanamente.


Cada vez que respondes a tu bebé vas construyendo su expectativa de que el mundo es un lugar donde le pasan cosas buenas, que merece ser amado y que cada vez que tenga un malestar puede acudir a alguien para aliviarlo. Lo mejor es que cada vez que tú como madre o padre respondes por las noches a los malestares de tus hijos, estás asegurándote de que en la adolescencia y en la edad adulta, también ellos acudan a ti cuando se encuentren en problemas.


No hace falta imponer más frustraciones que las naturales a las que se enfrentan nuestros hijos para “enseñarlos” a vivir en el mundo en que vivimos. Las dificultades y situaciones desfavorables que nos encontramos día a día son producto de lo que hemos hecho con el mundo. En nosotros está ir modificando lo que se ha ido estudiando para hacer un mundo mejor y finalmente, guiar a nuestros hijos a la salud mental.

 
 
 

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